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domingo, 8 de diciembre de 2013

DOS POEMAS DE EMILIA AYARZA DE HERRERA

 
Emilia Ayarza de Herrera
MEMORIA DE LA RISA
Un silencio de espejos
que te hacía más alto
cuando nadie sabía
que el júbilo empezaba.
Cuando apenas el cauce de mi sueño tenía
un leve incendio de antorchas submarinas.
Tú eras el primer habitante de la tierra
con idioma de viento y primavera
y un camino exclusivo de silencios
donde sólo tu voz, entre los árboles,
acusaba la existencia de las aves.
Yo he dicho que tu corazón
era el único señor de la comarca
donde cielos, tardes y horizontes,
se asomaban de azul a las colinas.
Yo he sostenido que en tu casa
construida por el día, en claridades,
no había iniciado si invasión la noche
con el violeta y su séquito de lilas.
Era la dulzura de tu huerto aromado
la que hacía romper el vacío en tu presencia;
y era la lluvia con su claro cuerpo
la que incitaba el himno de las nubes.
En el umbral de tu memoria
la sangre y la ternura
eran ya partidarias de mi piel.
Y antes de que la niebla te hablara
de que la luz perteneciera al día primero,
de que la alta mano suspendiera
en el aire su blanca omnipotencia,
de que las patrias verdes de los árboles
izaran sus millones de banderas,
de que los soldados de la brisa alinearan
con medallas ganadas en los vendavales
y la carreta líquida del río
la llevase un buey de viento,
yo estaba presente en el banquete
donde tú repartías islas, aldeas y bahías
y nombrabas princesas de las eras
y pajes a las algas y a las uvas.
Cómo olvidar cuando dijiste
primitivo aún y verdadero:
“Siendo el primer habitante de la tierra
yo te bautizo, Giraluna,
Sonatina, Espuma, Eco del Río,
Espiga, Corazón de sombra,
y te hago señora y capitana
de la primera sonrisa que germine”.
Y aquí me tienes, en llanto convertida,
con el tallo del júbilo abrazado,
en el desierto de mi imperio trunco:
¡Qué aún no ha germinado la primera risa!
 
A CALI HA LLEGADO LA MUERTE
No.
Ni la sangre de polvo.
Ni el rumor de las venas sub-terrestres.
Ni los ojos de antiguas polillas vagabundas.
Ni los hombres de párpados doblados.
Ni la casulla del viento.
Ni la tierra pintada de frutos en la tarde.
No.
Nada.
Ni el sexo que comienza en la lengua de los niños.
Ni los pastores de culebras.
Ni las esquinas infieles sobre las ventanas.
Ni la dignidad de los trapiches
sostenida en el breve equilibrio de la caña.
Ni el transparente río que se hunde por los muslos de Cali.
No.
Nada.
Ni las almadías del sueño.
Ni el somnoliento camello de la cordillera.
Ni el monólogo amarillo del sol en el espacio.
Ni la paz de los escarabajos.
Ni la mariposa pintora.
Ni el grillo concertista.
Ni la boñiga de oro.
Ni los geranios, ni las bicicletas
que absorben con sus esponjas de silencio
la tibia pereza de los muros
No.
Nada.
Ni el candor de las escuelas que traza palotes de ausencia en los tableros.
Ni los borrachos que miran fijamente a la ventera
y le derraman el corazón entre las trenzas.
Ni las polleras de los siete-cueros.
Ni la barba de cristal de los torrentes.
Ni los panales detrás de las ortigas
Ni los bueyes de artificial melancolía.
No.
Nada pudo detener la muerte.
Llegó a Cali navegando
y los corceles del Océano Pacífico
la saludaron volcando sus belfos espumeantes en la playa.
Llegó por el pito de los buques
por las banderas de los guacamayos
por el ojo de las agujas que remienda el pudor de las modistas
por la voz de los muertos en los árboles
por los billetes rubios
por el alma incolora de los camioneros
por los ojos trasnochadores de los naipes
por la felina displicencia de los grandes
por la rosa ignorante
por el paisaje de zapatos sin huella.
Llegó sin pasaporte y cruzó la frontera
caminando sobre el miedo rosado de los niños
por el clavicordio dorado de los campanarios
por el pelo de agua de los cosos
por la sencillez de los pueblos
donde los campesinos y las almojábanas se encaran con el sol
y los mendigos pegan su coto a las ventanillas del tren.
Llegó sin autorización de los muertos
que se salieron de sus tumbas
a protestar en un mitin putrefacto y amarillo.
Llegó por en medio de las garzas
los taladros
por entre el múltiple corazón de pitahayas
por la flor que se colocan las solteronas tras la oreja
por los solares donde hacen venias al viento los interiores parroquiales
y un tulipán oye misa diariamente.
Por cerca de los gallos
que creen en la blancura de los huevos
por los tejados donde los zuros escriben la epopeya de los celos
y los gatos y la luna
forman siete lechos y un violín.
Invadió los palacios, las haciendas
los ranchos y las niñas de capul.
Invadió el cielo y sus altos corderos extraviados.
Invadió la secreta desnudez de los cadáveres.
(La ciudad era un racimo de plomo derretido
y la muerte le salía a bocanadas).
La historia de Cali dejó de ser un río deliberadamente puro
por cuyas ondas los días eran barcos de vidrio.
El rojo fue una lluvia sostenida en el aire
y entre los montes de cristal la sangre
dibujará para siempre vitrales en la sombra!
¡Hay que llorar desesperadamente!